Sabido es que el segundo lustro de la década ganada se caracterízó por fuertes apuestas a la batalla cultural y a la aparición de figuras y el despliegue de dispositivos que luego se legitimaron y se asociaron de manera irreductible al universo kirchnerista. Sabido es también que dicha apuesta adolece de un visible desgaste, cuyo eco resuena en la parodia habitual de propios y extraños en el discurso 2.0.
El poskirchnerismo de las redes, que empezó alzándose en contra de la batalla semiótica e hizo de ello una de sus apuestas constitutivas, entró en una segunda fase de "máquina de semiosis", basada principalmente en la utilización de figuras de la cultura de masas, su reapropiación y carga de significados que servirían para pugnar sentidos con el kirchnerismo. Batalla simbólica nao tem fin.
No obviamos el hecho de que esta configuración cultural de nichos (nuestro nicho, el mejor nicho) tiene un correlato en las exitosas elecciones del massismo, lo que planteamos es una sospecha: entre ese éxito, las representaciones y deseos de esos votantes, y las representaciones y operaciones culturales de los blogueros hay una distancia considerable (como en el kirchnerismo el 54 % tuvo poco que ver con la tirada de Página 12 o el impacto de 678)
Suele señalarse a Alejandro Fantino y a Eduardo Feinmann como encarnaciones de una subjetividad contenedora del sentir de mayorías frente a tópicos vastos como la política electoral o la inseguridad urbana. Estas figuras, si no marginales al menos no centrales en la grilla audiovisual, negocian sus filiaciones políticas de un modo diferente al que lo harían aquellas realmente masivas, quienes entablan sus posicionamientos en el mapa político en términos de negociación algo más directa con el poder.
Una nota común en la operación simbólica de estas figuras consiste en imbuir del espíritu self made man sus biografías. De este modo, no sería la cultura de masas la que impone figuras engañando, sino el esfuerzo denodado de cada uno haciéndose su lugar en la selva del show bizz. Se trate de jóvenes ingenuos del interior o apocados empleados en las sombras, estos representantes de una subjetividad referenciada como popular ganarían la luz de las cámaras sólo debido a cierta astucia o sentido de la oportunidad: habrían visto algo que el resto no.
En este sentido, resulta fundamental no confundir interpretaciones y sus apuestas simbólicas con el espíritu de la época, inevitable y esencial. La entronización de estos personajes no proviene de constatadores o meros observadores participantes, sino de agentes culturales que crean estos símbolos -“uno es uno y su objeto de estudio“-, sobreestimando de algún modo su eficacia comunicacional en algún caso, exacerbando su sintonía con el zeitgeist, en otros.
Los intelectuales de redes operan así como Borges (el Borges crítico) con Evaristo Carriego: toman a una figura popular y menor para convertirlos en representantes de constructos culturales que hablan más de sus autores que del objeto, y que les servirán para disputar posiciones en un círculo de discusión política que no carece de su dimensión estética.
Ante el consumo irónico del kirchnerismo con figuras lejanas a la “izquierda” aparece una reacción de consumo maldito del antiprogresismo.
En un artículo reciente, Luca Sartorio dice que “Feinmann desideologiza la escena para volverla más genuinamente política. (…) Prefiere ordenar la discusión más bien en los términos del combate al desorden desde cierto “sentido común” que pretende enarbolar“. Creemos que, por el contrario, ahí donde intenta darse asilo a un sentido común hecho estado de situación, allí mismo anida el sustrato de la ideología conservadora. La idea de encontrarse fuera de la ideología hace sistema con un fuera de la política que las intervenciones novedosas traen a colación. Ahora bien, además de ser críticos con esta postura, hay que entender bien qué es lo que se ataca. Es necesario decir “no todo es política o ideología” cuando se confronta un gobierno que ante cualquier problema de gestión o de política pública apela al famoso relato binario que sería la clave de la solución y el abordaje de cada conflicto. De esta manera, los poskirchneristas operan a la manera de lo que en lógica se conoce como ex falsum sequiter quod libet (de lo falso se sigue lo que agrada), de afirmaciones polémicas, discutibles, ponen en el tapete una cuestión que no puede dejar de ser tomada en cuenta por los kirchneristas. Pero tal vez no habría que dejar sin discutir esas estrategias de discusión con el kirchnerismo.
Al parecer hay una nueva etapa en la nano batalla cultural, que es una máquina de montaje de fábulas agonales en la que todos somos micro soldados y podemos meter nuestra cuchara semiótica.