Lo primero, una constatación: "Contra el realismo salvaje", de @borovinsky y @tintalimon es un texto necesario, ciertamente inesperado y estimulante. Pero ello no es tanto una sorpresa dado que los textos de sus autores suelen trasuntar efectos de ese tenor.
Tal vez lo llamativo provenga de las lecturas que de él se hicieron. El artículo en cuestión ha concitado un sospechoso consenso, una unanimidad inusual. Ha sido tal, que hasta los que uno podría pensar a priori como mayores cultores de una realpolitik radical en el discurso de las redes han prestado su asentimiento ante lo que denuncian una "moda" o un eco errado del realismo político "bien entendido".
Tengo una inferencia sencilla al respecto: nadie se pone el sayo de "salvaje" de motu propio (como ningún progresista aceptaría rotularse como "falopa" de buena gana). El salvaje "es el otro"; el falopa "es el otro".
Entonces se da un efecto curioso: el texto, su propuesta ética, es levantado por unos y otros para espetárselo a quien la razón coyuntural mande: desde al nestornaútico camporista devenido justificador compulsivo, hasta al poskirchnerista que hace de la guerra a la batalla cultural su apuesta central.
En modo alguno esto le resta méritos a un post que, como se dijo, resulta necesario a los fines de poner un piso a cualquier intercambio, un acuerdo sobre las condiciones en las que se discute. Sí deja el interrogante de pensar dónde es que habitan los salvajes; dónde es que, una vez decantados del colectivo aquellos que se permiten el disfrute de un par de series y el "permitido" digital del consumo irónico de una figura política "polémica", podemos encontrar una forma pura de la especie. No vaya a ser que -otra sospecha- seamos, todos un poco, los que llevemos un enano maquiavélico dentro.