Thursday, December 12, 2013

La silla de ratán


La silla de ratán (Julián Alberto Melo)


Barrio populoso, pero no peronista. Martes, dos de la tarde, hacia el fin de una primavera pringosa. Callecita desconocida, adornada con fresnos berretas y algún que otro roble que intenta levantar el pedigree. Barcito. Barcito de esos que no mirarías salvo que una celebridad te cite allí. Sombrillas de Warsteiner, posa copas de Brahma y Quilmes como bebida indiscutible. Me senté a leer. Me senté a leer un libro. Fui sin la tablet, sin el mp5, fui con un libro de papel nomás. Me miró el mozo de siempre, y le pedí lo de siempre... porque siempre fui un revolucionario. 
Un par de tipos me pasaron por al lado y, obviamente, me miraron el libro. Se sentaron en una mesa pegada a la mía. Como no tenía auriculares, me dispuse a escuchar. Ahora le dicen consumo irónico a eso... Los dos tipos que me miraron eran simples, o parecían simples. Uno, 65 años, canoso, metro setenta como mucho; jeans de viejo, con cinturón al pupo y zapatos tipos timberland. El otro, 40 años, panza de birra, semi-bronceado, y muy poco parecido al canoso sesentón. El cuarentón fuma Particulares. Eso pude ver de reojo y añorar con mi olfato.
Mis oídos me traicionaron. Me alejaron del libro. Pero no me pude resistir... siempre me gustó la política, por eso soy revolucionario. El canoso sesentón rompió el hielo:

-¿Cómo podés votar a los kirchneristas? Ahí no hay cambio, es más de lo mismo. Jaime, Boudou, Abal Medina, y la mar en coche. 

El cuarentón tragó saliva y le dijo: 

-¿Y qué querés que vote? No voy a votar lo que me diga Clarín. ¿Lilita? ¿Michetti? No me rompas las pelotas, ¿vos que mierda votas hoy? 

Se hizo ese clásico breve silencio que presagia el estiletazo: 

- ¿qué carajo votaste en el ´73, viejo? ¿Votaste lo que te decían los diarios?

El cuarentón me aventó a escuchar con más precisión. Eran padre e hijo. O al menos eso fue lo que indicó mi espíritu de politólogo predictor. Me dio ternura, porque siempre fui revolucionario. Cerré el libro ya definitivamente, porque "el sublime objeto de la ideología" siempre puede esperar... 

- En el ´73, primero voté a Cámpora y después a Perón -contestó el viejo- Pero voté en el consulado de Eindhoven, ¿no te acordás que fui a hacer la maestría a Holanda, recién casado con tu vieja? 

- Sí, sí, la contaste mil veces... entonces no me rompas las frutillas con que yo voto a los K. Votaste a Cámpora y a Perón... 

- Pero en aquella época no era lo mismo... Yo me volví al país a reconstruir la patria...

- Siempre te lo quise preguntar, viejo: ¿Sos socialista, peronista, radical? Votaste a Alfonsín en el ´83, pusiste un Ateneo en casa, guacho! ¿Qué poronga sos?

El mozo, en ese momento, les acercó los cortados de rigor. Entonces hicieron una pausa. Y cuando parecía finiquitada la cosa, el sesentón arremetió:

- ¿Vos te crees peronista porque votas a los K? 

- ¿Y vos te crees peronista porque votaste a Cámpora? ¿O porque votaste a Perón?

- Yo no soy y nunca fui peronista. 

- ¿Sos leninista? ¿Trotskista? Dale, Pá´, no me rompas más los globos... siempre fuiste peronista, hasta cuando militabas en la Acción Católica...

- Yo no soy lo que voto, ni fui lo que voté.


Me acomodé un poco mejor en la silla de ratán del barcito en la calle desconocida del barrio populoso. Me rasqué la barba, como si lo hubiese escuchado hablar a Derrida. Porque vengo de leer que se mezclan Raymond Aron y Slavoj Zizek a la mano antojadiza de algún barthender de biblioteca. De pronto...

-Viejo, ¿nunca fuiste revolucionario?

-No. Alguna vez me sentí revolucionario, nada más.

-¿En el ´73 o en el ´83? Entonces no me jodas con el kirchnerismo... 

- ¿Qué tiene que ver el kirchnerismo con la revolución? ¿Qué tiene que ver el voto con la revolución, hijo?

-Viejo, votaste a Perón y hoy caceroleas...

Mi ternura stalinista afloró hasta la piel de gallina, tanto como no afloró la respuesta del Padre. No sé si me emocioné por el razonamiento del vejete canoso, o por la palabra "hijo". El canoso era La Zorra de Isaiah Berlin. El cuarentón sufría sus contradicciones internas y las trataba de disolver en las de su progenitor. Por un momento dudé si el sublime objeto era, para aquel simpático señor mayor, la Essen, la lista sábana o el FAL. No le pude preguntar, porque soy revolucionario y no pregunto. Supe que la predicción original fue certera (eran padre e hijo) pero empezaron a hablar en voz más baja, y no pude saber quién de los dos había ganado. Al rato de seguir intrigándome con sus tenues susurros, pagaron y se fueron. 
Vino la segunda y sagrada birra. Esa que no hay que pedir, porque el mozo amigo ya te ve sediento. El libro continuó cerrado, porque me quedé pensando en la revolución. Me quedé pensando en esos dos tipos que, en cinco minutos,  me habían desnudado todas la incertezas que las palabras pueden producir. Me sentí desnudo de teoría. Los quise agarrar con Lenin, con Sorel, con Arendt. Por un momento pensé que había una crítica al parlamentarismo y los quise entender con el Schmitt del ´23. Vino Rorty a tratar de ayudarme, pero rápidamente se las picó. Elster y Habermas hicieron lo propio. Y yo me quedé en mi silla de ratán, pensando, ¿somos lo que votamos?