Wednesday, February 12, 2014

La rebelión de los ojos deformados (refutación badiouana de Pizarnik)

“Toi qui sur le néant en sais plus que les morts.”
(tú que de la nada sabes más que los muertos.)
                                       “Angustia” Mallarmé

“El ojo mira fijamente la ventana desguarnecida. Nada en el cielo la volverá a distraer. Mientras el suyo se queda en su cubil. ¡Crac! obturada. Nada se ha movido. Ya todo se mezcla. Cosas y quimeras. Como en todas las épocas. Se mezcla y se anula. Pese a las precauciones. Si ella pudiese al menos no ser más que sombra. Sombra sin mezcla.”
                                             Samuel Beckett

El poema 23 de “Árbol de diana” de Alejandra Pizarnik contiene el siguiente dístico:

“la rebelión consiste en mirar una rosa 
hasta pulverizarse los ojos” 

En estos versos se retoma el tópico de larga tradición poética, la rosa, que ha variado como metáfora de mujer, de belleza y de poesía.
La originalidad del uso del tópico es que está al servicio de la configuración maldita del autor y receptor del arte; ya no es el centro la rosa sino los ojos que la miran y sus efectos en él. Digamos, en términos generales, los efectos en la subjetividad. El poema anuda rebelión-arte y autodestrucción en una línea sacrificial que se puede rastrear en la tradición de los poetas malditos, y propone una pasión en ambos sentidos del término, pasión como “apetito o afición vehemente a algo” pero también como padecimiento, sufrimiento. La contemplación de la belleza (también podemos agregar: de lo excepcional, del acontecimiento)  no puede sino redundar en cierto modo de pulverización de la subjetividad. Es el extremo, ir al fundamento y destruirlo.
Una refutación posible al poema es: la rebelión consiste en mirar una rosa hasta casi pulverizarse los ojos pero detenerse allí, en el umbral de la pulverización, en ese guión de atomización de lo Uno que opera pero que se mantiene en una diferencia mínima, imperceptible, con una reserva brevísima a la entrega total al acontecimiento (que sería la nada, la muerte, el vacío, el silencio, el sinsentido).
En ese segmento ínfimo entre la mirada de los ojos y la rosa, en esa pausa imperceptible en la pasión, los ojos no llegan a pulverizarse, pero quedan deformados. Algo pasó luego de haber experimentado la rosa, una modificación rebelde, de unos ojos transfigurados que a futuro sólo habrán de estar destinados a lo mal visto.


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