Sunday, January 06, 2013

Pornomiseria: Falsa biografía de Kevin Carter

Kevin Carter (13 de septiembre de 1960; Johannesburgo - 27 de julio de 1994; Johannesburgo) fue un reportero gráfico sudafricano, miembro del Bang-Bang Club, que ganó un Pulitzer en 1994 por fotografíar a un niño sudanés famélico con un buitre detrás.
Comenzó su carrera a los 23 años (1983), cuando poblaciones periféricas como Soweto -cerca de Johannesburgo- estaban en guerra. Allí, siendo miembro de The Johannesburg Star, fotografió a los civiles expectantes a la situación que estaban viviendo.
Pero si Carter es famoso, es por una fotografía que realizó diez años más tarde: en 1993. El sudanés Kong Nyong, por aquel entonces un niño famélico, se encontraba defecando a las afueras de su poblado y un buitre estaba al acecho. Carter, que observó la escena, lo fotografió. Esperó para tomar una foto mejor: con el buitre abriendo sus alas, pero no lo consiguió. Según él, consiguió recuperarse y continuar con su camino.2 3 4 El 26 de marzo de 1993, The New York Times publicó la foto y él ganó el Pulitzer. La opinión pública entendió la foto como una alegoría de lo que sucedía en Sudán: Kong era el problema del hambre y la pobreza, el buitre era el capitalismo y Carter era la indiferencia del resto de la sociedad. La crítica se cernió contra él e intentó justificarse, alegando que el niño hacía sus necesidades, que la tribu se encontraba a unos 20 metros de ella y que el animal esperaba su ración de comida. Kong Nyong murió por fiebre (dicho por su padres) en 2008.
Tras ello, pasó de reportero a fotógrafo de naturaleza. Sufrió dos duros golpes: por un lado, la presión de la crítica y por otro el asesinato de su amigo Ken Oosterbroek el 18 de abril de 1994, mientras cubría un tiroteo en Tokoza (Johannesburgo). Se dice que años antes intentó suicidarse, que fumaba White Pipe -una mezcla de marihuana, metacualona y barbitúricos-, que tenía graves problemas familiares y una personalidad algo desordenada -perdía sus carretes en aviones y aeropuertos-, que era depresivo y tenía una vida caótica, con un sinfín de experiencias trágicas.5
El 27 de julio de 1994 Carter llegó al río de Braamfontein Spruit, cerca del campo y el centro de estudios, un área donde él jugaba de pequeño y se suicidó, tras sumergirse en el rio aspiro monoxido de carbono mediante una manguera pegada con cinta al tubo de escape de su camioneta. Finalmente, murió de intoxicación por monóxido de carbono a los 33 años. Se puede leer algo de su nota de suicidio:
"Estoy deprimido [...] sin teléfono [...] dinero para el alquiler [...] dinero para la manutención de los hijos [...] dinero para las deudas [...] ¡¡¡dinero!!! [...] Estoy atormentado por los recuerdos vivídos de los asesinatos y los cadáveres y la ira y el dolor [...] del morir del hambre o los niños heridos, de los locos del gatillo fácil, a menudo de la policía, de los asesinos verdugos [...] Me ido a unirme con Ken, si soy yo el afortunado."




Pornomiseria: falsa biografía de Kevin Carter

Apegada al resquebrajado suelo se desplaza lenta la niña sudanesa. Aún en colores, con el torso carcomido entre las visibles costillas, arrastra los despojos de su humanidad hacia lo que creemos un montoncito de alimento. Un trocito de vida. El resto del paisaje se completa con un árbol que apenas participa, a cincuenta metros. Ah sí, esto sí que es África. La lente reposa en la mano cálida mano del convidado occidental, percibiendo el  aliento seco -no logra empañarla- de la posterior víctima. Va a robarle su alma. El cocinero apura gestos y, en maniobra virtuosa, los dedos de la mano derecha desliza bailando sobre el aparato -un claro pase tanguero- hasta ejecutar el golpe maestro. Dispara con altos resultados técnicos. El balazo es certero y no requiere repeticiones. Un carancho que reclamaba el banquete observando su cocción deja de relamerse, hastiado por el olvidable cuadro que lo hace cómplice. Para uno la guita, para el otro comidita.
La foto recorre el globo, haciendo acreedor al blanquito del Pullitzer: la gloria, paraíso terrenal. Un llamado de atención sobre el estado de cosas, bla bla bla. Vemos sentado en infinidad de sillones al muchacho. Vemos trepidar su boca en cada entrevista. Vemos el discurrir de plumas iluminadas hendiendo tinta en rollos interminables de papel epigrafando el mejor polvo del fotógrafo. Alguien llama a la ONU poniendo al tanto.
El muchacho, que supondremos alto, delgado y de rostro anodino -europeo promedio-, compra un departamento a estrenar en la, digamos, 9 de Julio de su ciudad favorita. Recibe el sol de las ocho y media en primavera mientras se despereza. Durmió solo y poco. Al costado de su velador, un libro de Coetzee sobre uno de Le Clèzio marcado en la página 50. Se mira frente al espejo de medio cuerpo de la habitación. Detrás suyo un ave familiar picotea un nimio cráneo con restos de carne ennegrecida. “Charqui” piensa, y en acto reflejo sonríe. Charqui, qué palabra simpática, su sonoridad. La cabecita rueda hacia sus pies para ser suavemente pateada en un gesto de indiferencia no calculada. Hace meses que ningún periodista lo frecuenta y quince días que le comentó a un colega lo que odia esa foto. Se abrocha la camisa y sale con parsimonia del edificio. Pasea en el Carrefour de la cuadra, recorre góndolas. Va sin lista, sin canasto. Estaciona frente al puré de papas instantáneo comparando precios. Dubita. El milico exonerado y el remisero ya entraron y están asaltando la caja con el caño afuera. Nuestro fotógrafo siente el ruido, está clara la facilidad que tiene para oír el extrañamiento. Palpa los bolsillos, salió desarmado. Se acerca cuando comienza el tiroteo con la policía. La escena está encandilada por la mañana abundante y la música incidental del surfista este que hace discos. Un metal perdido se le incrusta en la blanda sien y el jugo bordó derrama hacia su espalda; nos mira, cayéndo seco. Un abogado gordo con pañuelo al cuello completa la imagen entre latas de arvejas y garbanzos.


No comments: